El origen del CONFETI

En el mundo de los eventos, es muy común utilizar confeti en momentos estelares, para trasladar un mensaje de celebración. También se utiliza, muy al estilo americano, para culminar visualmente el fin de fiesta. Probablemente la mayor parte de nosotros cuando pensamos en estos coloreados papelillos flotando por el aire, nos vienen a la mente momentos felices de nuestra vida: aquel décimo cumpleaños con todos tus amigos que tu madre organizó emocionada, y en el que terminó diciendo… «nunca más…» cuando le tocó limpiar el suelo de la casa tras la fiesta, la comunión de tu peque, la salida de unos novios a la puerta de un juzgado, donde ya no se puede tirar arroz… Siempre situaciones de felicidad, de éxito, de fiesta.

¿Alguna vez os habéis preguntado de dónde viene esta costumbre de tirar papelillos de colores al aire? Los orígenes del confeti son muy diversos, y se pueden encontrar en diferentes costumbres y lugares. Ya hace 5.000 años que en la antigua China se cultivaban rosas con el fin expreso de usas sus pétalos a modo de confeti, lanzándolos al aire al paso de los emperadores. También en la Europa de la Edad Media, se utilizaban igualmente pétalos de distintas flores para agasajar, a su paso por las calles, a reyes y nobles. Pero tenemos que llegar al Carnaval de Venecia, allá por el siglo XI, para encontrarnos con el verdadero «confetti«. Esta palabra que hoy todos conocemos, y que españolizamos con una sola «t», es en realidad un término italiano que denomina a lo que nosotros conocimos después como «confite»: pequeños dulces hechos de almendras y azúcar que los venecianos de cierto estatus se arrojaban a puñados, como diversión, dentro de la celebración del carnaval. Años más tarde, los «cofetti» se pusieron de moda en las fiestas populares, pero pronto fueron sustituidos por cuestiones económicas, por papelillos sin valor, en lugar de aquellos dulces que a muchos les resultaban demasiado costosos. En España conservamos el nombre de confeti, aunque en Italia a los papelillos se les denomina «coriandoli» ya que en ese país «confetti» siguen siendo los dulces de almendra y azúcar, que actualmente se reservan como obsequio en bodas.

Aunque algunos libros de historia se atribuye el origen del confeti tal y como lo usamos ahora al Carnaval de París de 1891, en otros se remite a 1886, en concreto a la bolsa de Nueva York. Entonces, los empleados de las casas de la bolsa guardaban los «ticker tapes» en bolsas de tela que colgaban de sus hombros, para evitar la acumulación en el suelo de los papelitos que provenían del corte de los cartones del telégrafo, en los que se hacían agujeros al paso por las máquinas. Concretamente el 28 de octubre de aquel año, en un momento de esplendor busátil, varias personas echaros por los aires los sobrantes de los cartones que tenían acumulados a modo de celebración eufórica. Tanto gustó ese gesto que desde entonces, se estableció como un símbolo visual que representa el gozo y la alegría ante las buenas noticias y las celebraciones, terminando por convertirse en una tradición.

Fue años después, cuando ávidos empresarios americanos profesionalizaron el uso del confeti, comenzaron a fabricarlo de modo específico y crearon maquinaria adecuada para potenciar su expulsión en grandes superficies y alturas. Son las que hoy conocemos como «cañones de confeti» que propulsadas por gas, lanzan los papelitos generando verdaderas cortinas de colores.

Parece increíble, pero muchas veces lo más simple, algo tan desechable como los papelillos que caían del avance de los telégrafos, provoque además de unos maravillosos efectos visuales, un sin fin de sentimientos a la vez: alegría, ilusión, felicidad por la celebración… y sobre todo muchas ganas de volver a repetir un evento que acabe de las misma manera, y con la misma sensación de éxito. Pero suele ocurrir que lo más sencillo se convierte en lo más placentero. ¡Nos vemos en el próximo lanzamiento! De confeti, claro.

Deja un comentario